23 de mayo de 2009

Custodiada por esa ingrata soledad que acompaña a los desgraciados a modo de sombra indeleble. Me asalta un escalofrio al imaginarme lo desgraciada que llegare a ser si mis miedos resultan fundados. Encojo los pies sobre el frio asiesto metalico, apoyo mi cabeza en el cristal, y antes de romper a llorar, me ovillo esperando baldiamente a que la lluvia por fin escampe.

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